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Al jardín, el mundo, asciendo de nuevo y anuncio a los potentes compañeros, a las hijas, a los hijos; significo y soy el amor, la vida de sus cuerpos. Aquí, curioso, contemplo mi resurrección, tras el sueño. Los ciclos evolutivos, que describen grandes órbitas, me han traído otra vez, amoroso, maduro: todo se me antoja bello, todo, maravilloso, y mis miembros, y el fuego turbulento que siempre los anima, por alguna razón, lo más maravilloso de todo. Existo, y miro, y penetro en todo, satisfecho con el presente y satisfecho con el pasado. Eva me sigue, a mi lado o detrás, o me precede, y yo la sigo.
El halcón moteado se cierne sobre mí, y me acusa: se queja de mi cháchara y mi holgazanería.
Tampoco a mí me han domesticado. Tampoco yo soy traducible. Lanzo mi bárbaro chillido por sobre los tejados del mundo.
El último impulso del día se detiene para esperarme.
Arroja mi imagen, tras las otras, y tan fiel como ellas, a las llanuras sombrías. Me atrae a la niebla y la penumbra.
El pasado y el presente se marchitan. Los he llenado y los he vaciado, y ahora lleno el siguiente redil, el futuro.
¡Tú, el que me escucha ahí arriba! ¿Qué tienes que confiarme? Mírame a la cara mientras apago las luces de la tarde. (Sé sincero: no te oye nadie más, y yo sólo me quedaré un minuto).
¿Me contradigo? Muy bien, pues: me contradigo. (Soy enorme: contengo multitudes).
Hay algo en mí. No sé lo que es, pero sé que está en mí.
Desencajado y sudoroso. Luego, mi cuerpo se tranquiliza y enfría. Duermo, duermo mucho tiempo.
No lo conozco. No tiene nombre. Es una palabra nunca dicha.
No consta en ningún diccionario, expresión o símbolo.
Se mueve en algo mayor que la tierra en la que yo me muevo. Para él, la creación es el amigo cuyo abrazo me despierta.
Quizá debería decir más. ¡Esbozos! Ruego por mis hermanos y hermanas. ¿Veis, oh, hermanos y hermanas? No es el caos ni la muerte. Es forma, unión, plan. Es la vida eterna. Es la Felicidad.
Llevas mucho tiempo teniendo sueños despreciables.
Te quito ahora las legañas de los ojos: tienes que acostumbrarte al resplandor de la luz y de cada momento de tu vida.
Llevas mucho tiempo vadeando el agua, temeroso, aferrado a una tabla, en la playa.
Ahora quiero que seas un nadador sin miedo, que te arrojes al mar, y que emerjas, y me hagas señas, y grites, y rompas, entre risas, el agua con el pelo.
Hoy, antes del amanecer, he subido a un cerro y he contemplado el cielo estrellado. Y le he preguntado a mi espíritu: Cuando abarquemos estos orbes, y el placer y el conocimiento de cuanto contienen, ¿nos sentiremos plenos y satisfechos, por fin? Y mi espíritu ha contestado:
No. Si alcanzamos esas alturas, es para trascenderlas.
Sé que me ha correspondido lo mejor del tiempo y del espacio, y que nunca me han medido, ni me medirán jamás. Mi viaje, a pie, es un viaje perpetuo (¡venid todos a escucharme!).
[...]
No tengo cátedra, ni Iglesia, ni filosofía.
No llevo a nadie hasta la mesa puesta, ni a la biblioteca, ni a la Bolsa.
A cada uno de vosotros, sin embargo, hombre o mujer, os conduzco a la colina.
Con el brazo izquierdo os sujeto por la cintura y con el derecho señalo el panorama que ofrecen los continentes y el camino público.
Ni yo ni nadie podemos hacer ese camino por ti: has de hacerlo tú mismo.
No queda lejos: está a tu alcance.
Quizá lo estés recorriendo ya, desde que naciste, y no lo sepas. Quizá esté por todas partes, y atraviese la tierra y el mar.
Nada se detiene, ni puede detenerse nunca. Si yo, vosotros y todos los mundos existentes, con cuanto contienen, tanto en la superficie como debajo de ella, fuéramos reducidos a ser, otra vez, una pálida nebulosa, no importaría a la larga, porque volveríamos, ciertamente, al estado en el que ahora nos encontramos, y, sin duda, más allá, y luego más y más lejos todavía.
Hombre o mujer, te diría cuánto te quiero, pero no puedo; y te diría lo que hay en mí y en ti, pero no puedo; y te diría el anhelo que siento, aquello por lo que late mi corazón, de día y de noche.
Mira: yo no doy conferencias ni limosnas; cuando doy, me doy a mí mismo.
Avanzo, pletórico, dotado un supremo vigor, uno entre tantos en una procesión sin fin, que se dirige al interior, o sigue la costa, y cruza todas las fronteras.
Nuestras urgentes disposiciones alcanzan todos los confines de la tierra.
Las flores que llevamos en los sombreros son el fruto de milenios.
Los centinelas impiden el acceso a la santabárbara. Ven tantas caras extrañas que ya no saben en quién confiar.
Nuestra fragata se incendia. El otro nos pregunta si nos rendimos, si arriamos nuestra bandera y damos por terminada la pelea.
Y ahora me río, ufano, porque oigo todavía la voz de mi pequeño capitán: La bandera no se arría, grita sin perder la compostura; la lucha acaba de empezar.
¿Qué más podría agregar? Creo haber puesto énfasis donde lo merecía. Para terminar, sólo querría aconsejarle todavía que vaya creciendo sereno y grave a través de su evolución. Usted sólo la entorpecería violentamente dirigiendo su mirada al exterior, y esperando de fuera las respuestas a preguntas que únicamente su sentimiento más íntimo, en el instante más callado, sabrá posiblemente darle.
Así, mi distinguido amigo, no tengo para usted otro consejo que éste: Intérnese en sí mismo y sondee las profundidades donde su vida tiene origen. Es ahí donde encontrará la respuesta a la pregunta de si "debe" crear. De esta respuesta recoja el sonido sin forzar el significado. Quizá se haga obvio que el arte os llama. Entonces, acepte tal destino, y sopórtelo, con su carga y su grandeza, sin exigir jamás recompensa que pudiera venir del exterior. Pues el creador debe ser todo un universo para sí mismo, y hallar todo en sí y en el fragmento de la naturaleza a que se ha adherido.
Por eso, sálvese de los temas generales y vuélvase a lo que la cotidianeidad ofrece: describa sus melancolías y deseos, los pensamientos fugaces y la fe en alguna belleza; descríbalo todo con sinceridad interior, tranquila, humilde, y use, para expresarlo, las cosas de su ambiente, las imágenes de sus sueños y los objetos de su recuerdo. Si su vida cotidiana le parece pobre, dígase que no es bastante poeta para encontrar sus riquezas; pues para los creadores nada es pobre, no hay lugares pobres ni indiferentes. Y aun si estuviera usted en una prisión cuyos muros no dejaran llegar a sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no seguiría teniendo siempre su infancia, esa riqueza preciosa, regia, el tesoro de los recuerdos? Vuelva ahí su espíritu. Intente sacar a flote las impresiones sumergidas en ese vasto pasado; su personalidad se fortalecerá, su soledad se poblará y se convertirá en una estancia en penumbra para las horas inciertas del día, cerrada a los rumores del mundo. Y si de ese giro hacia adentro, de esa inmersión al propio mundo, vienen a usted los versos, no soñará siquiera preguntar a nadie si son buenos esos versos. Tampoco intentará interesar a las revistas en esos trabajos, pues verá en ellos una posesión natural, que le será querida como uno de sus modos de vida y expresión. Una obra de arte es buena cuando brota de la necesidad. Es la naturaleza de su origen quien la juzga.
Las cosas no son todas tan palpables y decibles como nos quisieran hacer creer casi siempre; la mayor parte de los he- chos son indecibles, se cumplen en un ámbito que nunca ha hollado una palabra; y lo más indecible de todo son las obras de arte, realidades misteriosas, cuya existencia perdura junto a la nuestra, que desaparece.
¿VERSOS autobiográficos? Ahí están mis canciones, ahí están mis poemas: yo, como las naciones venturosas, y a ejemplo de la mujer honrada, no tengo historia: nunca me ha sucedido nada, ¡oh noble amiga ignota!, que pudiera contarte.
Allá en mis años mozos, adiviné del Arte la armonía y el ritmo, caros al Musageta, y, pudiendo ser rico, preferí ser poeta. -¿Y después?
-He sufrido como todos y he amado.
-¿Mucho?
-Lo suficiente para ser perdonado...
Contemplad el mar ilimitado y, en su seno, un barco que zarpa, con las velas desplegadas, aun las de la gavia, y el gallardete flameando. Navega el buque, navega, majestuoso; las olas, abajo, lo emulan, pugnan por adelantarlo, lo envuelven con el fulgor de su ondular y sus espumas.
Respecto a la duda: puede convertírsele en una buena cualidad si la educa. La duda ha de llegar a ser sabia, ha de convertirse en crítica. Pregúntele, siempre que quiera echarle algo a perder, pregúntele porqué es fea aquella cosa; pídale pruebas, sométala a examen y quizá la encuentre perpleja y desconcertada, quizá también irritada. Pero usted no ceda, exija argumentos. Compórtese atenta y consecuentemente en todas las ocasiones; y llegará el día en que el destructor se convertirá en uno de sus mejores trabajadores, tal vez en el más inteligente de todos los que le edifican la vida.
Las primeras inclinaciones amorosas de una juventud no corrompida siempre adoptan un tinte espiritual. Es como si la naturaleza deseara que un sexo adquiera conciencia por la vía sensitiva de lo bueno y hermoso que hay en el otro. Y así, con la contemplación de esta muchacha y mi inclinación por ella, también para mí había amanecido un nuevo mundo de belleza y perfección.
El futuro permanece firme, querido señor Kappus, pero nosotros nos movemos en un espacio infinito. ¿Cómo no había de sernos difícil?
Y si volvemos a hablar de la soledad, se hará más claro que, vista de cerca, la soledad no es algo que se pueda dejar o tomar. Somos soledad. Uno se puede equivocar en esto y hacer como si no fuera así. Esto es todo. No obstante, es mucho mejor reconocerlo y, lo que es más, vivir a partir de tal reconocimiento.
Ciertamente, nos dará vueltas la cabeza, pues todos los puntos donde nuestros ojos descansaban nos habrán sido arrebatados; ya no habrá nada que esté cerca, y todo lo lejano estará infinitamente lejos. Aquel que, sin preparación ni tránsito, fuera trasladado de su habitación a lo más alto de una montaña, sentiría algo semejante: una inseguridad sin par, un sentirse a merced de lo innombrable casi lo aniquilarían. Llegaría a pensar que se cae, a creerse arrojado fuera del espacio o a verse reducido en mil pedazos.
¡Cuántas grandiosas mentiras no tendría que contarse su cerebro para poder abrazar la situación y explicarla a sus sentidos! Y así se modifican todas las distancias y medidas para quien se convierte en un solitario. Muchas de estas metamorfosis son súbitas, y como en aquel que repentinamente se encuentra en lo alto de un monte, surgen extrañas fantasías, sensaciones tan extrañas que parecen haber crecido más allá de todo lo soportable. Pero es muy importante que vivamos también esto . Hemos de aceptar nuestra existencia tan ampliamente como nos sea posible. Todo, incluso lo inaudito, ha de ser posible. Esto es lo fundamental, el único valor que se nos exige: ser valientes ante lo más extraño, maravilloso e inexplicable que nos pueda acontecer. Que los seres humanos sean cobardes en este sentido, causa un daño infinito a la vida; las experiencias que llamamos «apariciones», todo el llamado «mundo de los espíritus», la muerte, todas estas cosas tan emparentadas con nosotros, hasta tal punto han sido expulsadas de la vida por un rechazo realizado día a día, que los sentidos con los que podríamos percibirlas, se han atrofiado. Para no hablar de Dios. Pero el miedo ante lo inexplicable no sólo ha empobrecido el ser del individuo, sino que también las relaciones de persona a persona se han mutilado por su causa, como si se las hubiera extraído del cauce de las infinitas posibilidades para ser llevadas a una orilla baldía, en la que nada ocurre. Pues no sólo la indolencia hace que las relaciones humanas se repitan en cada caso de forma tan indeciblemente monótona y repetitiva, sino que existe también otra causa: el temor a cualquier acontecimiento nuevo, imprevisible, ante el que no se cree estar a su altura. Pero sólo quien está dispuesto a todo, quien no cierra la puerta a nada, ni siquiera a lo más enigmático, vivirá la relación con el otro como algo vivo y ahondará en sí mismo.
Una palabra más. No crea usted que aquel gran amor que de niño le fue entregado, se haya perdido. ¿Puede decir si en aquel tiempo no maduraron en usted grandes y buenos deseos y determinaciones de las que todavía hoy vive? Yo creo que aquel amor permanece fuerte y poderoso en su recuerdo, porque fue su primera y profunda soledad y el primer trabajo interior que usted realizó en su vida.
¿Quieres ser peregrino en el camino del amor? La primera condición es que te humilles como polvo y ceniza.
Si no tenemos la profundidad, ¿cómo tenemos la altura? Mas vosotros teméis la profundidad y no queréis admitir que le teméis. No obstante, es bueno que temáis, decid en voz alta que teméis. Es sabiduría temer. Sólo los héroes dicen que carecen de temor. Sin embargo, sabéis lo que le sucede al héroe.
El niño divino se presentó frente a mí desde lo espantosamente ambiguo: lo feo-bello, lo malo-bueno, lo irrisorio-serio, lo enfermo-sano, lo inhumano-humano y lo no divino-divino.
Comprendí que el Dios que buscamos en lo absoluto no se encuentra, por cierto, en lo absolutamente bello, bueno, serio, alto, humano o, incluso, divino. Allí el Dios estuvo alguna vez. Comprendí que el Dios nuevo está en lo relativo. Si el Dios es lo absolutamente bello y bueno, ¿cómo ha de abarcar la plenitud de la vida, la cual es bella y fea, buena y mala, irrisoria y seria, humana e inhumana? ¿Cómo puede el hombre vivir en el regazo de la divinidad, cuando la divinidad sólo atiende a una de sus mitades?
Oigo el redoble hueco del tiempo. Es el mundo que se forma sordamente. Si lo oigo es porque existo antes de la formación del tiempo. «Yo soy» es el mundo. Un mundo sin tiempo. Mi conciencia ahora es leve y es aire. El aire no tiene lugar ni época. El aire es el no-lugar donde todo va a existir.
Lo que estoy escribiendo es música del aire. La formación del mundo. Poco a poco se acerca lo que va a ser. Lo que va a ser ya es. El futuro es hacia delante y hacia atrás y hacia los lados.
El futuro es lo que siempre ha existido y siempre existirá. ¿Aunque sea abolido el Tiempo? Lo que te estoy escribiendo no es para leer; es para ser. La trompeta de los ángeles-seres resuena en el sin tiempo. Nace en el aire la primera flor. Se forma el suelo que es tierra. El resto es aire y el resto es lento fuego en perpetua mutación. ¿La palabra «perpetua» no existe porque no existe el tiempo? Pero existe el redoble. Y mi existencia empieza a existir. ¿Empieza entonces el tiempo?
Hay muchas cosas por decir que no sé cómo decir. Me faltan las palabras. Pero me niego a inventar otras nuevas. Las que ya existen deben decir lo que se consigue decir y lo que está prohibido. Y lo que está prohibido lo adivino. Si hubiese fuerza. Más allá del pensamiento no hay palabras: se es. Mi pintura no tiene palabras: está más allá del pensamiento. En ese terreno del se es soy puro éxtasis cristalino. Se es. Me soy. Tú te eres.
Me desarrollo sólo en lo actual. Hablo hoy —no ayer ni mañana—, pero hoy y en este mismo instante perecedero. Mi libertad pequeña y enmarcada me une a la libertad del mundo; pero ¿qué es una ventana sino el aire enmarcado por escuadras? Estoy ásperamente viva.
Estoy dentro de los grandes sueños de la noche; porque el ahora-ya es de noche. Y canto al paso del tiempo; todavía soy la reina de los medas y de los persas y soy también mi lenta evolución que se lanza como un puente levadizo hacia un futuro cuyas nieblas blanquecinas ya respiro hoy. Mi aura es el misterio de la vida. Yo me sobrepaso abdicando de mí y entonces soy el mundo: sigo la voz del mundo; yo misma de repente con voz única.
El mundo no tiene un orden visible y yo sólo tengo el orden de la respiración. Me dejo suceder.